Paz de Adentro

Todos desean la paz. Algunos anhelan paz en la política. Otros añoran la paz mental, financiera, social y hasta física. Pero la mayoría del mundo parece creer que algún cambio externo en las circunstancias será lo que traiga paz duradera.
En Marcos 4, encontramos la conocida historia de Jesús durmiendo en medio de la tormenta. Se desató una gran tempestad de viento y las olas golpeaban la barca, pero Jesús dormía en la popa. “Jesús se levantó, reprendió al viento y dijo al mar: ¡Calla! ¡Enmudece! Y el viento cesó y vino una gran calma.”
Este es un relato fascinante porque los discípulos despiertan a Jesús para hacerle una extraña pregunta: “¿No te importa que perezcamos?” Por supuesto que le importa -¡por eso vino a la Tierra! Jesús dijo, “Porque de tal manera amó Dios...para que no perezcan.”
Naturalmente, Cristo no se sintió afligido por los elementos enfurecidos. De hecho, no tuvo que gritar; sus palabras cargadas de fe, fueron suficientemente potentes. Puedo imaginarlo mientras bostezaba, frotándose los ojos y levantándose calmadamente para contemplar la tormenta. Pienso que simplemente dijo, “Calla. Aquiétate. Sea la paz.” El viento cesó al instante y las aguas repentinamente regresaron a la calma. Lo mismo ocurre con Dios; puede calmar instantáneamente todos nuestros temores.
Sin embargo, cuando los discípulos fueron rescatados de su temor, todavía se sentían extremadamente asustados. ¿Por qué si la tormenta había terminado? Se preguntaban, “¿Qué clase de hombre es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen?” Los elementos estaban en paz, pero los discípulos continuaban asustados. Es claro que la ausencia de paz ya no tenía que ver con el ambiente. Algo más les quitó la paz -algo en su interior. No conocían a Jesús.

La Conquista divina

"El Continuo Eterno
Como estuve con Moisés, estaré contigo.
Josué 1:5
LA PRIORIDAD INCONDICIONADA de Dios en su universo es una
verdad celebrada tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento. El profeta Habacuc la cantó con un lenguaje
extático: « ¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, mi Dios,
mi Santo?» El apóstol Juan la estableció en cuidadosas palabras
cargadas de significado: «En el principio era el Verbo, y el Verbo
era con Dios, y el Verbo era Dios. Éste estaba en el principio
junto a Dios. Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y
sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.»
Esta verdad es tan necesaria para rectificar los pensamientos
acerca de Dios y de nosotros que apenas si se puede enfatizar lo
suficiente. Es una verdad conocida por todos, una especie de
propiedad común de todas las personas religiosas, pero por la
misma razón de ser tan común tiene ahora poco significado para
ninguno de nosotros. Ha sufrido la suerte de la que escribe
Coleridge: «Las verdades, de entre ellas las más pavorosas e
interesantes, son demasiadas veces consideradas como tan
ciertas, que pierden todo el poder de la verdad, y yacen
echadas en el dormitorio del alma. Junto con los más
menospreciados y refutados errores.» La Prioridad Divina es una
de estas verdades «yaciendo en cama». Deseo poner todo lo
que esté de mi parte por rescatarla «del descuido provocado por
la misma circunstancia de su admisión universal*. Las verdades
descuidadas del cristianismo sólo pueden ser revitalizadas
cuando mediante oración y larga meditación las aislemos de
entre la masa de nebulosas ideas de las que están llenas
nuestras mentes, y las mantengamos firme y decididamente en
el centro de la atención de la mente.
Para todas las cosas. Dios es el gran Antecedente. Por cuanto Él
es, nosotros somos y todo lo demás es. Él es aquel «Terrible e
Inoriginado». el Ser Absoluto. Autocontenido y Autosuficiente."

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